domingo, 25 de noviembre de 2012

Lilia Celina Gaona: La música como medio de sobrevivencia

Asunción.- Todos los días desde temprano Lilia Celina Gaona ejecuta su guitarra y canta música paraguaya, así como de otros países, en los ómnibus de Asunción. Oriunda de Concepción, a sus 47 años, se confiesa una mujer que no le teme al trabajo y que se gana la vida haciendo lo que le gusta.
Lilia Gaona, cantante y guitarrista. | Foto: César Orué

"La mujer paraguaya hace de todo para sobrevivir y sacar adelante a su familia. Este es un trabajo honesto y digno", eso opina Juana Díaz, una de las pasajeras que escucha cantar a Celina.
Pide permiso al chofer y a los pasajeros antes de subir, si alguien le dice que no quiere escucharla, el sol alumbrará nuevamente su cara en una vereda de la avenida Mariscal López. Así trabaja ella: Con alegría y una seguridad que le da un aire distinto al de las personas que comúnmente se ven en los colectivos.
La mujer llegó a Asunción con su familia cuando tenía 13 años y en la iglesia San Salvador del Mundo le enseñaron a ejecutar la guitarra, ese instrumento que se convirtió en su pasión y en su principal objeto para ganarse la vida, aunque eso empezó recién hace unos diez años.
La historia de Celina, que tiene dos hijos, se parece a la de muchos paraguayos que en busca de mejores horizontes y estimulada por la inseguridad reinante en Paraguay, ya que la asaltaron más de una docena de veces y en la última ocasión casi la mataron en barrio Obrero, decidió aceptar la invitación de una amiga suya para ir a Uruguay.

"Una amiga me llevó y me quedé, me gustó y me quedé", dice Celina. Enseguida comenzó a trabajar vendiendo bolsas de polietileno, actividad que la llevó a conocer a un cliente que todas las mañanas ejecutaba la guitarra y quien al escucharla le dijo "súbase a los ómnibus".
"Me prestó su guitarra y me escuchó, me dijo: ¿Cuánto ganás? 300 o 400 pesos le dije yo. Y me dijo él: no, eso es poco para usted, súbase a los buses y así, él me animó y me subí".
Explica que las primeras semanas de trabajo en los colectivos de Uruguay le costó adaptarse, porque la cultura y la educación es muy distinta. "Hay más respeto", dice ella, tanto entre los trabajadores como del público para con su trabajo.
Allá los temas que cantaba tenían que ser en español, de lo contrario debía traducirlo todo. Eso pasaba solamente cuando se presentaba en festivales o cuando actuaba con el elenco musical de la Embajada paraguaya en ese país, donde estuvo dos años, rodando con su guitarra y su canto a cuestas, hasta que la añoranza se impuso.

Celina pensó: "Cantar mi música paraguaya tan lejos de mi familia", y entonces regresó al país. Desde entonces sube y baja los no muy cómodos colectivos de Asunción, y aquí si canta en guaraní, en español. Canta los temas de actualidad de otros países, para "captar la atención de los jóvenes, aunque a ellos les gusta también nuestra música paraguaya", relata.
Tiene de 4 a 6 presentaciones cada mes, a veces desaparece por varias semanas de los ómnibus, eso significa que hay muchos contratos y debe evitar la calle, por la polución y el humo, para tener la garganta en buenas condiciones.
¿Y salen satisfechos los clientes que la escuchan?
Celina asegura que sí, porque de las presentaciones que hace en residencias privadas siempre le surgen otros contratos. Estos trabajos son los que dice le ayudaron a sacar adelante a sus hijos, a darles educación y ser lo que ella define como Mboriahu ryguatã (pobre al que le alcanza para comer, que no pasa hambre).
Fuente: Ultima hora

lunes, 19 de noviembre de 2012

La leyenda de Kuruzú Isabel

No muy lejos de la ciudad de Concepción, en medio de una picada, se yergue una cruz solitaria conocida con el nombre de "Kurusu Isabel", "la Cruz de Isabel". 

El viajero que pasa por el lugar no dejará de ver las velas constantemente encendidas y las mejores flores silvestres que siempre adornan la cruz.
Isabel había sido una mujer muy humilde y bondadosa. Había nacido en un lugar llamado "Takua Kora", cerca de Belén, a orillas del río Ypane.
Durante la guerra contra la Triple Alianza (1865-1870), el marido se alistó en el ejército nacional, dejando a su fiel esposa Isabel en compañía de Rosita, única hija del matrimonio.
Allá por 1866, cuando perdió contacto con su marido, Isabel tomó a la pequeña hija y fue también a la guerra. Con la intención de buscar y acompañar al padre de su pequeña, se hizo enfermera. Nunca pudo encontrarse con su marido y, ya en las postrimerías de la guerra, Isabel y Rosita se unieron al contingente de mujeres Residentas y empezaron una peregrinación, desde Pirivevui hasta Cerro Korá. Ya en Cerro Korá, López ordenó a las Residentas que marcharan hacia Concepción para evitar así caer en poder de los "Kamba". Empezaron así las penurias y sacrificios que tuvieron que soportar por acompañar a sus esposos, sus padres y a sus hermanos durante la Guerra Grande.

Comentan que el grupo de Residentas salió de Cerro Korá como para llegar a Concepción. Caminaron día y noche; si paraban, lo hacían sólo un rato para dormir y luego continuaban. Muchas caían extenuadas por el cansancio, el hambre y la sed, para quedar definitivamente por esos desolados caminos a "fertilizar la tierra". Dicen que muchísimas de sus compañeras quedaron tendidas para siempre a lo largo del camino, en medio de la selva. Isabel y Rosita llegaron después de veinte días, soportando horrorosas caminatas, a la entrada de una picada, ya cerca de la ciudad de Concepción. Por allí encontraron a un anciano ya octogenario quien les infundió ánimo y coraje y quedaron los tres a dormir a orillas del camino.

Templete donde se venera a Isabel.
Dicen que descansaron bien esa noche y a la mañana temprano, con la salida del sol, prosiguieron viaje. Pero el calor insoportable -ya hacía meses que no llovía- hizo que se sintieran abatidos por la sed. Cerca del mediodía, Isabel se sintió desfallecer y cayó en la vera del camino. El anciano que las acompañaba la arrastró hasta la sombra de un frondoso árbol, diciéndole a Rosita:

- Rápido, toma esa calabaza y ve a buscar agua por ahí que tu madre tiene mucha sed; se siente mal. Puede morir si no vuelves a tiempo.

Cuando Rosita regresó con la calabaza llena de agua la madre ya había muerto. Entregó su alma a Dios para empezar el descanso eterno de tantas penurias y sacrificios inenarrables, sin llegar a saber nunca más del marido, ignorando además la suerte que podría correr su pequeña hija, quien quedaba sola y desamparada en medio de la selva. 
Cruces que se encuentran
en el santuario 
Nunca más nadie supo de Rosita ni del viejecito que las acompañaba.
Exactamente donde falleció Isabel, manos piadosas pusieron una cruz, para que el viajero, al verla, supiera que allí descansa una mujer paraguaya, después de convivir con la miseria, el hambre, el cansancio, la sed y toda clase de penurias. "Kurusu Isavel" (La Cruz de Isabel) se la llama y cualquiera que acierte a pasar por allí, si necesita paz y tranquilidad, puede acercarse a ella y, penitente, decir una oración. Seguro que se cumplirá su deseo.

Fuente: portalguartani.com

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