viernes, 12 de octubre de 2018

LANCHA AQUIDABAN: El mercado flotante

Desde hace décadas, el barco Aquidabán zarpa todas las semanas con pasajeros y provistas hacia el extremo noreste del país, donde a veces ni los caminos llegan. Para Bahía Negra, corazón del Pantanal paraguayo, es su principal fuente de abastecimiento.

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Los guardapolvos y las sonrisas pícaras los delatan: acaban de escapar de la escuela. No son los niños los únicos que interrumpen la rutina; también los adultos salen del trabajo. Y no es para menos: los viernes en Bahía Negra hay una especie de “licencia” para reunirse en el puerto de tierra de la ciudad. Llegó el Aquidabán.

El pueblo adquiere un movimiento que no se ve otros días. Lanchas, camionetas, camioncitos y motos se arriman. Del barco descienden los pasajeros y suben los clientes. Bajan garrafas de gas, cajas de tomates y racimos de bananas. También suben los perros.



El Aquidabán surca las aguas del río Paraguay desde hace al menos la mitad del siglo pasado. La parte inferior, con el paso de los años, fue ocupada por vendedores que convirtieron la embarcación en el principal proveedor de mercaderías para la ciudad, para comunidades indígenas y poblados ribereños. Es un Mercado de Abasto flotante.

También es un transportarse a otra dimensión, no solo fluvial. Apenas queda espacio para recorrer el interior del barco. Cuidado con la cabeza al pasar, que los panificados cuelgan del techo. Prendas de vestir, snacks, jugos, peluches, mantas, calzados, “¿qué le ofrecemos, señor? Pregunte nomás”, dice una vendedora sentada entre embutidos y locotes.

Con mucho esfuerzo, tres jóvenes suben al barco un tambor con combustible a través de la delgada rampa mientras los depósitos de la cubierta se siguen vaciando de productos. Una joven se abre paso con una enorme bolsa amarilla, transparente, atestada de cosméticos. Tal vez uno de los cargamentos más esperados en la ciudad.



Cada martes, el barco zarpa desde Concepción, igual que hace décadas. Su recorrido hasta el último destino, Bahía Negra, es de cuatro días, con la cubierta y cuatro bodegas atestadas de productos.

Muchos llegan no solo para conseguir provistas. Los pescadores esperan el barco para adquirir nuevos anzuelos y redes, imperativos para la vida en la ribera y en los pueblos indígenas. La economía local está muy integrada a la pesca. Sin el Aquidabán, esta actividad se resiente y con ella la gastronomía de la zona.

“Una fiesta patronal es. Es lo que le alimenta a la población. Es lo que les surte de lo necesario”. Así describe al Aquidabán Bernardino Suárez, secretario general de la Municipalidad de Bahía Negra.



Bahía Negra está a más de 800 kilómetros de Asunción, por tierra. Los caminos de salida y entrada a la ciudad son de tierra, hasta la única pista de aterrizaje lo es. “Estamos muy lejos. El Aquidabán es el único medio a través del cual se provee de productos a la ciudad”, dice. Especialmente en días de lluvia, cuando los caminos y la pista se clausuran, la única vía de transporte es el río.

Tras su llegada, los comercios rebozan de productos. El barco, más allá de ser un medio de transporte, reactiva cada viernes el comercio local en el pequeño poblado del Pantanal paraguayo. Las más anheladas, sin duda, son las frutas y verduras, pues el clima árido dificulta la producción local. Las bebidas son las más esperadas por los adultos.

“La planta baja es como un ‘supermercado’i’. Hay ropas, juguetes, verduras, frutas, leche. De todo hay”, describe el Ing. Ángel Desvars, uno de los dueños del barco. Es tan caótico como completo. La rampa desde el puerto de arena conduce a un mercado donde los vendedoras pujan por los clientes. “Los vendedores son dueños de su mercadería, nosotros hacemos el servicio de llevarle y traerle”, agrega. Son 14 en total los vendedores cuyo sustento navega por el río.



Que su edad no engañe. El Aquidabán puede cargar con tanta historia como mercadería. Transportar al menos 80 toneladas y centenar y medio de pasajeros al mismo tiempo no le hace problema, cuenta Desvars.

Más de 314 kilómetros separan a Vallemí, Concepción, de Bahía Negra, Alto Paraguay. Cientos de kilómetros de naturaleza, de Pantanal paraguayo, de travesía turística única. No hay forma de no ver a las garzas, blancas y grises y los mbiguá a medida que se avanza.

Si se agudiza la vista, hay más animales silvestres para ver en las aguas y en la costa. “Es muy bonito para ver la naturaleza. Es lo atractivo de viajar en el Aquidabán”, dice Desvars. En una zona donde el turismo es ignorado, este medio de transporte adquiere otra dimensión de importancia.

El Ing. Ángel Desvars hoy tiene 61 años y siempre sube al barco. Recuerda que de niño ya recorría el río Paraguay en la embarcación con sus padres. “Primero viajaba hasta Vallemí nomas. En estos tiempos llega hasta Bahía Negra”, cuenta. El Aquidabán fue idea de su papá, Julio Pablo Desvars, quien fundó el astillero de la familia alrededor de 1930, cuando fue construido.



Antes era de madera -recuerda don Ángel-, pero con el tiempo fue reemplazada por hierro, debido a la facilidad para conseguir el material.

Al igual que la economía en todo el país, el barco también resiente la crisis. El promedio de pasajeros varía entre 40 y 70, menos de la mitad de los que llevaba en sus años de esplendor, o al menos hasta hace una década, cuando la cantidad se mantenía por encima de 130 viajeros.

Un boleto de ida a Bahía desde Concepción cuesta G. 130.000, hasta Fuerte Olimpo, G. 120.000, y va variando de acuerdo a la distancia. Hay dos maneras de viajar: las hamacas, más económicas, que se pueden alquilar por todo el viaje por G. 30.000, y los camarotes -hay seis- que cuestan G. 100.000 cada uno. Estos precios no incluyen el pasaje ni la comida.

Al menos 30 paradas se hacen en todo el trayecto. El Aquidabán no deja pasar ninguna oportunidad. Donde haya gente que quiera subir o llegar, o comprar, ahí hace una escala. A las 11:00 del martes se pone en movimiento la nave río arriba. Entre la madrugada y la mañana del viernes tira anclas en la costa de Bahía Negra.



“No sabemos hasta cuándo, porque cada vez va disminuyendo y las cosas cada vez son más caras y es difícil minimizar los costos y nosotros no recibimos subsidio ni nada”, dice don Ángel, como no queriendo augurar que al barco tal vez le queden pocos años de viajes.

El heredero del barco reconoce la importancia del servicio que prestan para Bahía Negra y otras comunidades ribereñas, por ello, el mantenimiento lo realizan en temporada de sequía, cada dos años. Aprovechan que los caminos son seguros para poner a punto la embarcación y no dejar a la merced del clima a los lugareños.



Su aspecto vetusto ha sido criticado más de una vez y el hecho de que sea el único barco de esa naturaleza que surque las aguas del río Paraguay en ese exótico sector del Pantanal paraguayo. “Nosotros hacemos el servicio para la gente pobre. No podés poner precios de lujo. Tenemos la capacidad de hacer otro Aquidabán más lujoso, pero debemos mantener los precios para nuestro público. La mayoría de nuestros usuarios es gente de escasos recursos”, dice.

Las despensas y bodegas de Bahía ya están rebosantes de nuevas mercaderías. La ciudad vuelve a su ritmo, sin prisa. El Aquidabán da la vuelta y se deja llevar por el río.

viernes, 6 de julio de 2018

Alberto Chávez, el concepcionero que le puso alma a sus instrumentos lejos de su tierra

Hoy cumple 80 años, y sigue al frente de su taller como el primer día, allí junto a sus tres hijos, arregla y confecciona los mejores instrumentos de cuerdas.


Al ingresar al taller, de la calle Pedro Méndez del barrio Palomar, el aroma al barniz se amalgama con el trabajo preciso y paciente, deAlberto Chávez, un artesano de la madera de cuyas manos nacieron las mejores guitarras españolas y arpas que recorrieron el mundo gracias a músicos y concertistas internacionales como Luis Alberto del Paraná, Sila Godoy. También mediante su trabajo forjó una hermosa amistad con personalidades de la música como Lucas Braulio Areco y Jorge Cardoso.

Alberto Chávez nació en Concepción del Paraguay, el 2 de julio de 1938. Se casó con Elsa Antonia Giménez con quien vive hace 45 años y madre de sus tres hijos, Luis Alberto, Walter Omar y Julio César Chávez. Son la cuarta generación de luthier por lo que la tradición artesanal continúa más vigente que nunca, ya que con el paso del tiempo, estos también aprendieron los secretos de la luthería, tal como Alberto lo había hecho desde niño de su abuelo Sebastián Chávez, de su padre, Ambrosio Chávez y de su tío Cástulo.

La familia Chávez en aquel entonces en Luque (Paraguay) eran muy conocida, ya que se dedicaban a varios oficios: carpintería, herrería pero especialmente se destacaban en la luthería.

Confeccionaban todo tipo de instrumentos de cuerdas: violines, violas, violonchelos y guitarras de todo tipo, es así que se extendió por todo Luque y Asunción, Paraguay y desde ese entonces llaman a Luque “la ciudad de la música”.

En una charla con PRIMERA EDICIÓN Chávez recuerda su infancia en Paraguay, y dice: “Fue complicado, justo cuando todo iba bien, tanto en lo personal como en lo económico, nos tocó sufrir la consecuencia de la política que acechaba al Paraguay en el año 1947, en ese entonces, perdimos todo, el taller, nuestra casa y todas nuestras pertenencias. La familia quedó en la pobreza absoluta y a consecuencia de esa situación y sobre todo por el hambre, mi padre y todos los demás integrantes de la familia, se fueron al exterior”. Alberto, con apenas ocho años quedó al cuidado de sus abuelos.

Años más tarde, el abuelo de Alberto falleció, por lo que él sintió mucha tristeza y creía que no tenía nada que hacer en ese lugar. Por lo tanto, decidió ir a Asunción, donde trabajó un tiempo, pero no le alcanzaba para mantenerse, ganaba muy poco. Entonces, decidió con tan solo quince años ingresar al ejército, donde estuvo un año como voluntario y dos de servicio.

Al salir del ejército, decidió venir a Posadas, así lo hizo, cruzó en canoa, con intensiones de trabajar y tener un mejor pasar. Instalado en la capital realizó varias cosas, entre ellas trabajó en una mueblería donde cumplía más de 16 horas por día. Siempre con el sueño de que en algún momento podría montar su taller propio, aquel que en algún momento supo disfrutar junto a su abuelo y sus tíos de quienes aprendió el oficio.

Fue así que, después de varios años y a base de muchísimo trabajo y esfuerzo pudo cumplirlo. Según Alberto, todo lo consiguió de a poco, compró herramientas y fue levantando su local, él mismo que desde hace 60 años se encuentra en el barrio Palomar.

Para su hijo Luis Alberto “es un maestro, es una padre que nos trasmitió toda su experiencia y serenidad para trabajar, sobre todo el secreto para construir las mejores guitarras. Hace muchos años trabajo con él y formamos junto a mis hermanos un lindo equipo. Estoy muy conforme”.

Hoy el taller de los “Chávez” es un lugar de prestigio y calidad. Donde llegan músicos, no sólo de Misiones, sino de todo el país y del mundo para hacer sus pedidos.


Fuente: primeraedicion.com.ar

sábado, 21 de abril de 2018

Una anécdota de la historia

LA VENGANZA DE DON CAYO

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"¡Ha Quevedo tiempo...!" solían decir las gentes de esa generación al rememorar aquel no lejano periodo en que esos señores monopolizaban el comercio y controlaban todos los movimientos en la zona de Concepción. Para tener una idea de dicha época, habría que hacer un análisis ligero de la forma en que se vivía y de la costumbre del pueblo campesino. Sabido es que por esos años no existían aún los medios de transporte motorizado ni buenos caminos ni telégrafos; sin embargo, la vida se deslizaba más tranquila, había menos problemas y hasta parecía que se andaba más feliz.

Cuéntase que los señores Quevedo tenían en actividad más de quinientas carretas que llevaban y traían mercaderías de Concepción a la frontera. La casa importadora más fuerte, la estancia mejor organizada y mejor instalada, el ingenio de azúcar, las explotaciones de yerba y otras actividades más les pertenecían. Estos patrones y sus altos empleados viajaban sin cesar y no había valle en donde no tenían negocio y en donde no tenían clientes. Nuestras gentes sencillas les brindaban toda clase de atenciones y ellos las retribuían con creces.

Circulaba el dinero y el caso era ingeniarse para atraer a los ricos. Las posadas o casas de hospedaje eran lugares frecuentadas por troperos y allí hacían sus conquistas sentimentales y también sus derroches. Presas de ellos fueron muchas hijas buenas de posaderos y muchas lindas mozas del vecindario.

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Calle Ypané en 1898 (hoy Pdte. Franco)
Don Cayo, un paraguayo genuino, arrogante, siempre bien puesto, viajaba frecuentemente de su estancia a Concepción en compañía de su capanga Tiburcio, un morocho alto, fuerte, con una enorme cicatriz en la cara, seña particular adquirida en un bailongo improvisado. Tiburcio, el capanga inseparable, tenía fama de valiente y es por eso que se le tenía de guardaespaldas y se le proporcionó un 38 Colt con cabo de nácar, recién salido de fábrica. Don Cayo, a pesar de tener emblanquecido prematuramente sus cabellos y tener muchos hijos, gustaba de las fiestas. Su debilidad era el "Cielito Chopí" y se divertía enormemente haciendo el papel de "taguató". El "Solito" también le gustaba sobremanera pero más gozaban de él los espectadores. En sus continuos vaivenes asistía a cuantos bailes encontraba y muchas veces llegó a concentrar en sí la atención del público con sus travesuras. Su posada favorita fue la de Ña Vicenta, en Estribo de Plata, un vallecito alegre sobre el río Aquidabán. Ahí llegaba habitualmente por la tardecita a desensillar el caballo, cenar un buen plato de huevos fritos con mandioca y un cuarto de vino tinto; luego se sentaba a jugar al naipe, ya sea la escoba de quince o la biscambra, con la dueña de casa; pero más le hubiera gustado hacerlo con Susanita, la hija de Ña Vicenta, que por ese entonces disfrutaba de sus dieciséis floridos años. Era una simpática, risueña y vivaracha morena de cabellos encrespados, ojos muy negros y blanquísima dentadura; pero lo más atrayente de su persona estaba en el conjunto de sus curvas, que dejaban afiebrados de deseo a cuantos forasteros la miraban. Antes de continuar viaje, y después del mate, don Cayo chupaba otra media docena de huevos crudos y un cuarto de "guaripola". Un litro cargaba en su caramañola para irlo sorbiendo por el despoblado camino, al lado de Tiburcio, su confidente, su hombre de confianza.

- Esta Susana "aka chará" cada vez va siendo más cautivadora. ¿Te fijaste en ella? ¡Qué bien le queda ese moño de cinta azul! Y... ese cuerpo, ¡qué tentación! Quiero hacerle un obsequio.

- Pero patrón, usted que puede y tiene plata, ¿qué le falta? Ella es pobre y mucho le va á agradecer. Con plata se consigue todo.

Así, don Cayo iba alimentando una ilusión y aumentaba su optimismo para hacerse dueño de su cariño.

Una noche, aprovechando la ausencia de Ña Vicenta, sacó de su cinto doble un mil pesos pirirí y le pasó a Susanita.

- Tome -le dijo-, le obsequio para que invierta en lo que necesite.

- Por favor, don Cayo, es demasiado mucho. Yo no puedo aceptar. Contestó ella como si entendiera la intención del viejo consentido.

- Guárdese le digo, que yo se lo doy y... ya sabe por qué.

- Voy a recibir para guardarlo, don Cayo.

Después de esta introducción, continuó frecuentando la posada y prolongaba el juego de la escoba hasta altas horas de la noche. Para que el juego no decayera se aperitaba moderadamente. En fin, en algo sé salvaba el importe del kerosén del alumbrado. Don Cayo preteridla siempre que la señora Vicenta se fuera a la cama y así él continuaría el juego con la muchacha.

Una mañana, cuando ya estaba por partir, se presentó la oportunidad de conversar con la codiciada hija de doña Vicenta.

- Mira, Susanita. Quiero que me complazca en una cosa. Yo le voy a corresponder, pero no quiero que nadie sepa, ni su mamá. Si me demuestra su voluntad, ya sabe que le voy a dar cosas lindas.

Como si recibiera un insulto, Susana contestó en tono enérgico y sobre sus mismas palabras.

- No esperaba de usted, don Cayo, esta proposición. Yo le considero todo un señor y le respeto. De ninguna manera voy a aceptarle lo que me acaba de proponer. En cualquier cosa le puedo servir, pero para complacerle con mi persona no puedo. Continuare así. Muchas gracias por sus ofrecimientos. Y sonrió despectivamente.

Quedó derrotado así don Cayo en su primer intentó, no pudiendo ni siquiera continuar la súplica amorosa. Montó sobre su caballo y le llamó a Tiburcio, que le estaba esperando bajo un naranjo.

- Y bueno, torohó mba'é - dijo retirándose de la casa.

Durante el largo viaje no pronunció ni una palabra; de vez en cuando tomaba un sorbo de su guarigola y continuaba entregado a su recogimiento. Tiburcio marchaba un poco adelantado, para abrirle los portones.

Varios meses pasaron. Don Cayo seguía lunático. No le agradaba nada ya y maltrataba hasta a los personales más acreditados. El rechazo que recibió lo hirió en lo más hondo. No salía de su cabeza el recuerdo del último pasaje con la Susana. ¡Como esa mujer canalla le puede contestar "de ninguna manera" a él, que es todo un patrón? ¿Acaso él no puede ser digno de su amor? ¿Que se ha creído esa mujer tonta? No. Esto no puede quedar así. La venganza más cruel tiene que venir y ella habrá de sufrir y sentir lo que le ha hecho. ¿Qué hacer para que ella se arrepienta, para que le duela en el alma?

- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! -repetía a menudo. Esa mujer me tiene que pagar caro.

Seis meses después, en una tarde calurosa, fue llegando don Cayo a su vieja posada.

- Tanto tiempo para volver por estos lados, -le dijo luego del saludo Ña Vicenta. ¿Qué habrá sabido de nosotros, por eso no llega más? Por aquí le recordamos siempre y sabemos que Ud. anda viajando por otro camino.

- Así es Ña Vicenta -contestó sin dar más explicaciones.

Cenó su plato preferido con su acostumbrado un cuarto de vino, pero no armó el juego. Alegó cansancio y se acostó temprano. Susana, muy amable, le atendía como de costumbre. Por la mañana le cebó el mate y le sirvió el desayuno. Demoró para salir. Hizo llenar un vaso grande de guaripola y empezó a tomar. El deseo de venganza ardía dentro de su pecho y quería ver aplastada a esa desconsiderada mujer, qué como siempre, estaba alegre y tentadora.

Ña Vicenta se ausentó por un momento y quedó don Cayo tomando su aperitivo. Su caballo ya estaba ensillado. Luego de ingerir dos vasos, pareció tomar ánimo y se decidió a hablar.

- Susana -llamó-, ¿quiere venir un momento?

- Enseguida, don Cayo, ya voy. Y de inmediato se presentó. ¿Recuerda aquel mil pesos que le dejé para que me guardara?

- Sí, don Cayo, lo tengo y está a su disposición.

- Bueno entonces, voy a retirarlo.

- Susana desapareció unos minutos y volvió entregándole el billete tal como había recibido de don Cayo en aquella ocasión: bien planchado y pirirí.

Don Cayo, guardándolo, montó su caballo y se despidió diciendo:

- Anga katu ja ahaitéma.

- Anichene don Cayo, siempre roha'arota.

Poco tiempo después recibió don Cayo una invitación especial de Ña Vicenta para asistir al acto de matrimonio de su única hija, con el capataz de los señores Quevedo.

- Ahora voy a vengarme -dijo. Ni yo ni mis personales van a ocupar esa fiesta. Susana me querrá ver y, quién sabe sí no me quiere decir algo; querrá seguramente con mi presencia dar categoría a la celebración de su boda, pero está muy equivocada. No participaré... y que sufra.

Fuente: ECOS DE CONCEPCIÓN - RELATOS Y CHISMENTOS

PEDRO DOMINGO RUSO SKURICH


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Reconocido médico cirujano,escritor e Historiador de la ciudad de Concepción.

Nació en Concepción del Paraguay el 8 de noviembre de 1931.- Casado con Cándida Maldonado Boselli. Falleció el 20 de Marzo de 2016 en Concepción.
Su padre fué Pedro Ruso Ruso, nacido en Dubrovnik (Croacia) en setiembre del año 1900 y emigró a Concepción del Paraguay en el año 1926.-
Su madre, Ana Skurich Caput de Ruso, nacida en Subrovnik (Croacia) en 1910 y emigró a Concepción del Paraguay en 1928.-
Fueron sus hermanas María Ana Ruso de Pedrozo con cuatro hijos y Lucía Benita Ruso de Meilicke, con cinco hijos.
Son sus hijos María Oliva Ruso de Medina y José Raúl Pedrozo Ruso. Hijos políticos Dr. Pedro Medina Carballo y Roseany De Pontes de Pedrozo.
Sus nietos: Pedro José Medina Ruso, Ana Margarita Medina Ruso y Patricia María Oliva Medina Ruso.

LOS ESTUDIOS PRIMARIOS los realizó en Escuelas privadas y Normal Pdte. Franco de Concepción.-
ESTUDIOS SECUNDARIOS: Colegio de "San José" de Asunción y "Colegio de Enseñanza Secundaria y Normal" de Concepción.-
ESTUDIOS UNIVERSITARIOS: Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción (1950-55) egresando con el título de Dr. en Medicina y Cirugía.-

ACTIVIDADES PROFESIONALES: Residente del Servicio de Cirugía de la 2da. Cátedra de Clínica Quirúrgica del Hospital de Clínicas de Asunción. Residente del Servicio de Anestesiología del mismo Hospital. Jefe de Servicio de Cirugía, Traumatología y Urología del Centro de Salud y del Sanatorio I.P.S. de Concepción. Director del Centro de Salud Regional de Concepción. Médico Forense de la Circunscripción Judicial de Concepción.-

BECAS DE PERFECCIONAMIENTO: del Gobierno de República de Francia en los Servicios de Urología (11 meses) del Hospital "Necker de Paris" y del "Hospital LA TIMONE DE MARSELLA" (6 meses).-

MÉRITOS PERSONALES:

Cónsul Honorario de Francia en Concepción.-


Plaqueta de Oro "Reconocimiento a la labor Cooperativista" y por ser el primer Creador de la Agencia de COOMECIPAR en el Interior.-


Fundador del "Museo Histórico Municipal" y del "Museo al Aire Libre" de Concepción con motivo del 200° Aniversario de Concepción (31-V-73),

Presidente y Secretario del "Club Concepción" durante 26 años y Socio Vitalicio del mismo.-

Presidente del "Club de Leones" de Concepción (1979-80).-

Presidente Honorario de la Sociedad Bolivariana de Concepción.-

Jubilado por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social y por el Instituto de Previsión Social.-

Profesor y Funcionario del "Centro Regional de Educación Juan E. O'Leary" durante 37 años.-

Ejercicio de la Medicina durante 49 años a 2004 con más de 5.000 intervenciones quirúrgicas realizadas.-

CONDECORACIONES:

En el grado de "Caballero en la Orden de las Palmas Académicas" del Ministerio de Educación de Francia.-

"Cruz de Oficial de la Orden Nacional del Mérito" del Gobierno del Presidente de Francia Mr. Jacques Chirac.-

"Medalla de Oro" MEDICO DEL INTERIOR 1988.-

Plaqueta "Melvin Jones" del Leonismo Internacional por la lucha contra la ceguera, iniciada en enero de 1996 con 126 operaciones de Cataratas dentro del Programa "Concepción vuelve a ver".-

Plaquetas y diplomas Varios del Club de Leones de Concepción por servicios a la Comunidad.-

LIBROS PUBLICADOS:



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"Mons. Emilio Sosa Gaona" - Primer Obispo de Concepción.-

"Mons. Aníbal Maricevich Fleitas" – Segundo Obispo de Concepción.-

"Concepción: Pinceladas y Vivencias del 47".-

PROMOTOR Y FUNDADOR DEL "Hogar de Ancianos Mons. Emilio Sosa Gaona" (con fondos de la SAS (Secretaria de Acción Social de la Presidencia de la República) y contrapartida del 100% de Concepción.

Fuente: “CONCEPCIÓN: PINCELADAS Y VIVENCIAS DEL 47”, © Pedro Domingo Ruso Skurick. Tapa: CARLOS COLOMBINO. Concepción-Paraguay 2005

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