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lunes, 30 de enero de 2023

De cuando llegó el Ferrocarril en Concepción

En las postrimerías del Siglo XIX llega a Concepción un gran contingentes de extranjeros que contribuyeron a su progreso. Ayudando a los nativos, lograron conquistar el título de ciudad para la bella Concepción.En 1896 ya era la indiscutida segunda capital del Paraguay.

Tren que unia Concepción - Horqueta

Sus riquezas yerbateras, sus estancias, sus obrajes, sus plantas industriales y sus ingenios azucareros, la convirtieron a principios del Siglo XX en el principal puntal de la grandeza económica del país.

Surge entonces la incorporación de un Ferrocarril en 1908, traído por la firma “Guggiari, Gaona y CIA”, que llega hasta Horqueta y Arroyo Kârè (hoy Cptan. Sosa), a casi 60 km. De Concepción, interrumpiéndose ahí su avance por muchas razones, sobre todo po0r influencia del Imperialismo Británico del Río de la Plata que no veía con buenos ojo esa expansión ferroviaria que pretendía llegar a Ponta Porâ y de ahí a San Pablo.

Esto ocurría hacia 1915 cuando los grandes saladeros y empresas tanineras del norte empezaban a declinar, trayendo los primeros síntomas de la decadencia.

¿Sabías que la Estación de Ferrocarril de Concepción estaba en la CIASA?

Estación de Ferrocarril en Concepción

El lugar donde posteriormente estaría instalada la Compañía Industrializadora de Alimentos S.A., hasta hoy conocida por sus siglas CIASA, era el lugar donde salían y llegaban los trenes del Ferrocarril del Norte. Sus oficinas funcionaban en el actual local de la Escuela Dr. José de Antequera y Castro, que aún conserva sus juegos de hierro en las crestas y la puerta trabajada.

El 25 de Agosto de 1909, una ley otorgó a la firma Guggiari, Gaona & Cía, la autorización para construir una línea de ferrocarril que uniera a Concepción y Horqueta. Las vías llegaban a 65 kilómetros de Concepción, hasta Capitán Sosa. En 1936, la empresa ferroviaria pasó a manos del Estado, que constituyó el Ferrocarril Nacional del Norte, con la intensión de llevar adelante la extensión hasta Pedro Juan Caballero, pero el proyecto fue desestimado poco después. Hacia 1960, la situación de la empresa ya era insostenible, tanto que tuvo que dejar de funcionar. Sus bienes fueron rapiñados por algunos personajes.

Colonia Tevegó se creó para proteger la Villa Real de la Concepción

Este 27 de enero se recuerda 210 años de la fundación de la colonia Tevegó, un establecimiento que fue ordenado por la Junta Superior Gubernativa el 27 de enero de 1813 y llevado a cabo con familias pardas que componían la parcialidad de Tabapy. Estaba situada al norte de la ciudad de Concepción, sobre la margen izquierda (u oriental) del río Paraguay y al sur del río Apa.


Uno de los emprendimientos más importantes para sostener la defensa del norte fue la fundación del citado pueblo o colonia “Tevegó”, su establecimiento fue ordenado por la Junta Superior Gubernativa el 27 de enero de 1813 y llevado a cabo con las familias pardas que componían la numerosa parcialidad de “Tabapy”.

La fundación de una colonia más al norte de la “Villa Concepción” había sido aconsejada por el Cabildo luego de la ocupación y reconquista del “Fuerte Borbón”.

Como los pardos de la estancia “Tabapy” habían solicitado un año antes salir a fundamentarse en el pueblo de “Añagatí” correspondiente al pueblo de indios de “Itá”, o en otro que se les proporcione, el Cabildo de Asunción y la Junta Superior Gubernativa decidieron enviarlos a establecer una colonia hacia la frontera norte.

Se eligió para el establecimiento el paraje de Tevegó ubicado entre la Villa Concepción y el río Apá sobre la costa del río Paraguay, a 120 leguas de Asunción, en el antiguo emplazamiento de la reducción de guaraná-terenoés llamado “Nuestra Señora de Revelación de Tevegó”.

La función primordial de Tevegó fue el resguardo de la Villa Concepción y la pacificación de la frontera asolada en ese momento con bastante recrudecimiento por los mbayas y angaité-sanapanás que tenían establecido el puerto Michi en la margen izquierda del río Paraguay.

La colonia se inició con 40 colonos quienes edificaron las casas-habitaciones para las familias que fueron enviadas, posteriormente, los primeros pobladores se mantuvieron con los productos de las chacras dejadas por los indios guanás y el ganado vacuno y caballar de los mbayaes-chanés belenistas.

A pesar de que los documentos informan que los individuos de Tabapy, se resignaron gustosos y voluntarios al traslado marchando con buena voluntad, una vez establecida la colonia hubo numerosas deserciones y gran descontento entre la población. Esta resistencia a permanecer en la colonia se debió a las condiciones imperantes en la misma: La inseguridad extrema motivada por los ataques indígenas, el aislamiento de la aldea y la escasez de víveres, ropa y armas para una defensa apropiada.

Ante las noticias desastrosas provenientes de Tevegó, los pardos de tabaco mostraron su resistencia al traslado a la nueva colonia. Posiblemente debido a esta renuencia el doctor Francia ya dictador, principio el envío de criminales como pobladores, a quienes se le conmutaba la pena de muerte, prisión o azotes por el confinamiento temporal o perpetuo en la colonia que se convirtió de esta forma en el receptáculo de la escoria de la población del país.

En 1816, cuando aminoró un tanto la hostilidad de los indios, el dictador ordenó el envío a Tevegó de las familias restantes de Tabapy.

Inicialmente la población de Tevegó contó con 204 pardos y 55 milicianos, pero a los 3 años se reveló la tropa, sustituyéndola por 18 urbanos procedentes de la Villa Concepción. Los pardos de la colonia bajo el mando de estos urbanos fueron divididos en grupos o partidas que servían en los piquetes durante un mes, periodo que fue extendido posteriormente ante la necesidad de prevenir los asaltos sorpresivos de los indios.

La zona de Tevegó era inhóspita, cenagosa y escasamente poblada. Sus habitantes vegetaban en la desidia, esperanzados en la ración de carne que el Gobierno les proveyó hasta 1816. En esa fecha en vista de su holgazanería se les redujo dicha ración a dos reses destinadas a los párvulos y enfermos. En su antigua comunidad de Tabapy, estos pardos no recibían ración alguna porque trabajaban para la comunidad del Convento de los Dominicos, en pago del terreno en que vivían, pero una vez trasladados a Tevegó se volvieron indolentes, confiados en la manutención estatal. Además, los robos de ganado perpetrados por los mbayaes contribuyeron al gran decaimiento de la colonia y mermaron la moral de sus habitantes.

En 1817 la situación general empeoró nuevamente y el doctor Francia ordenó el retiro de los peones yerbateros de la zona norteña y el envío de indios o pardos libres de Tevegó en lugar de criollos para trabajar en los yerbales. Esta circunstancia acrecentó el debilitamiento de la colonia.

Tevegó fue destruida finalmente por los mbayas y despoblada en 1823, pues a la amenaza indígena se sumaron la incapacidad de las autoridades y la ineficacia de la tropa para defender a la población, asaltada cautivada y asesinada continuamente.

Desmantelada la colonia y quemadas las rancherías, las familias pardas bajaron a establecerse en la Villa Concepción. Fueron distribuidas por orden del doctor Francia en los partidos y en la campaña de la Villa (la gran mayoría en el paraje conocido como Zapallar –hoy Requejo– distrito de Belén), ya sea en viviendas separadas, si tenían capacidad económica para construirlas o agregadas a las casas de los vecinos de la Villa si eran insolventes.

Hubo entre la Villa Concepción y la colonia Tevegó una interacción de apoyo y defensa. La villa aportó innumerables auxilios a la colonia y esta a su vez, sirvió de barrera defensiva hasta que su permanencia se hizo insostenible.

La Villa Concepción siguió decayendo y la necesidad de repoblar la zona norte obligó al Gobierno consular de Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso a ordenar la repoblación de la colonia de pardos de Tevegó, que se llevó a cabo en 1842 con el nombre de Villa del Divino Salvador.

Esta vez se la ubicó a 100 leguas de Asunción y 20 de la Villa Concepción, siempre sobre la margen oriental del río Paraguay.

La refundación estuvo a cargo de una expedición de 103 pardos e indios acompañados de números de tropa. Al poco tiempo la colonia recibió un nuevo flujo de pardos de Tabapy e indios provenientes de los pueblos sujetos al régimen de las comunidades. En esta ocasión fueron enviados 3 tipos de colonos: Familias pardas relativamente bien constituidas; soldados encargados de la defensa y personas de dudosa condición moral tales como ladrones, asesinos y mujeres de mala vida.

La Villa del Divino Salvador tuvo un crecimiento inicial relativamente elevado, pero decayó posteriormente a causa de la inseguridad habitual reinante en la frontera. De cualquier manera, pese a su declinación fue un bastión que se mantuvo firme en defensa del territorio nacional, secundando la labor de la Villa Concepción en cuanto a colonización y defensa se refiere.

Uno de los emprendimientos más importantes para sostener la defensa del norte fue la fundación del citado pueblo o colonia Tevegó, en el año 1813.

Fuente: UH

lunes, 10 de febrero de 2020

Pasa el tiempo, pero el hundimiento del barco Myriam Adela no se olvida

Un día como hoy, pero hace 42 años, el barco Myriam Adela impuso con su hundimiento en el río Paraguay una de las marcas más tristes e indeseadas de nuestra historia naval, una cifra hasta ahora no superada de 113 muertos.

Las páginas 8 y 9 de ABC Color del domingo 12 de febrero de 1978. La crónica de los periodistas Ilde Silvero y Christian Torres, sobre la tragedia del barco Myriam Adela en Concepción.

En casi todo el mundo prácticamente no se hablaba de otra cosa que no fuera la Copa Mundial de Fútbol de 1978.

En Sudamérica, principalmente, la fiebre del mundial arrasaba ya que el trascendental torneo se disputaría en Argentina.

En Paraguay, como país vecino del organizador, solo se aguardaban los cuatro meses que faltaban para que empezara a rodar el balón y así olvidar al menos por un mes el yugo de la dictadura militar de Alfredo Stroessner que estaba en su punto más alto.

Sin embargo, aquella tragedia del 10 de febrero de 1978 haría olvidar a nuestro país no solo del Mundial, sino de la dictadura y de cualquier otra cosa.

El hundimiento del barco Myriam Adela fue una catástrofe nunca antes vista y que, afortunadamente, nunca más se repitió.

El buque de transporte zarpó del Puerto de Asunción un día antes, el 9 de febrero. Debía recorrer 510 kilómetros por el río Paraguay hasta el Puerto de Vallemí, en el departamento de Concepción.

Desde la capital, inició su travesía habitual con 26 pasajeros a bordo, más la tripulación.

Sin embargo, en cada puerto iba alzando más gente y, sobre todo, más carga, excesiva, de hecho.

Ya con unas 180 personas a bordo, la embarcación alcanzó el Puerto de Concepción y en la mañana del 10 de febrero de 1978 siguió su travesía aún más al norte.

Una repentina tormenta, que en realidad fue como un tornado, volteó la embarcación, que se hundió en cuestión de segundos, arrastrada hacia el fondo por el peso exagerado que llevaba.

El periodista e historiador Luis Verón confirmó que el recuento final arrojó una cifra de 113 muertos.

La tragedia ocurrió antes de alcanzar el Puerto Kemmerich (hoy denominado oficialmente Puerto Abente), que queda 80 kilómetros aguas arriba de Concepción, 50 kilómetros antes de Puerto Pinasco y 130 kilómetros antes del Puerto de Vallemí, donde el Myriam Adela debía atracar.

Kemmerich era el apellido de un inmigrante saladero, es decir, pionero en la técnica de salar y conservar las carnes para la exportación.

El periodista de ABC Color Ilde Silvero fue el primer reportero en llegar a la escena, al viajar en avión desde Asunción. Ayer dijo que hasta él tuvo que trabajar en el rescate de los cuerpos que flotaban en el agua.

Eligio González Aponte ahora tiene 82 años. Es uno de los héroes civiles que pudo salvar a 25 náufragos con una canoa en la que esperaba una encomienda que traía el Myriam Adela para la estancia en la que trabajaba. Ayer fue entrevistado por el corresponsal de ABC Color en Concepción.



ABC

viernes, 12 de octubre de 2018

LANCHA AQUIDABAN: El mercado flotante

Desde hace décadas, el barco Aquidabán zarpa todas las semanas con pasajeros y provistas hacia el extremo noreste del país, donde a veces ni los caminos llegan. Para Bahía Negra, corazón del Pantanal paraguayo, es su principal fuente de abastecimiento.

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Los guardapolvos y las sonrisas pícaras los delatan: acaban de escapar de la escuela. No son los niños los únicos que interrumpen la rutina; también los adultos salen del trabajo. Y no es para menos: los viernes en Bahía Negra hay una especie de “licencia” para reunirse en el puerto de tierra de la ciudad. Llegó el Aquidabán.

El pueblo adquiere un movimiento que no se ve otros días. Lanchas, camionetas, camioncitos y motos se arriman. Del barco descienden los pasajeros y suben los clientes. Bajan garrafas de gas, cajas de tomates y racimos de bananas. También suben los perros.

El Aquidabán surca las aguas del río Paraguay desde hace al menos la mitad del siglo pasado. La parte inferior, con el paso de los años, fue ocupada por vendedores que convirtieron la embarcación en el principal proveedor de mercaderías para la ciudad, para comunidades indígenas y poblados ribereños. Es un Mercado de Abasto flotante.

También es un transportarse a otra dimensión, no solo fluvial. Apenas queda espacio para recorrer el interior del barco. Cuidado con la cabeza al pasar, que los panificados cuelgan del techo. Prendas de vestir, snacks, jugos, peluches, mantas, calzados, “¿qué le ofrecemos, señor? Pregunte nomás”, dice una vendedora sentada entre embutidos y locotes.

Con mucho esfuerzo, tres jóvenes suben al barco un tambor con combustible a través de la delgada rampa mientras los depósitos de la cubierta se siguen vaciando de productos. Una joven se abre paso con una enorme bolsa amarilla, transparente, atestada de cosméticos. Tal vez uno de los cargamentos más esperados en la ciudad.

Cada martes, el barco zarpa desde Concepción, igual que hace décadas. Su recorrido hasta el último destino, Bahía Negra, es de cuatro días, con la cubierta y cuatro bodegas atestadas de productos.

Muchos llegan no solo para conseguir provistas. Los pescadores esperan el barco para adquirir nuevos anzuelos y redes, imperativos para la vida en la ribera y en los pueblos indígenas. La economía local está muy integrada a la pesca. Sin el Aquidabán, esta actividad se resiente y con ella la gastronomía de la zona.

“Una fiesta patronal es. Es lo que le alimenta a la población. Es lo que les surte de lo necesario”. Así describe al Aquidabán Bernardino Suárez, secretario general de la Municipalidad de Bahía Negra.

Bahía Negra está a más de 800 kilómetros de Asunción, por tierra. Los caminos de salida y entrada a la ciudad son de tierra, hasta la única pista de aterrizaje lo es. “Estamos muy lejos. El Aquidabán es el único medio a través del cual se provee de productos a la ciudad”, dice. Especialmente en días de lluvia, cuando los caminos y la pista se clausuran, la única vía de transporte es el río.

Tras su llegada, los comercios rebozan de productos. El barco, más allá de ser un medio de transporte, reactiva cada viernes el comercio local en el pequeño poblado del Pantanal paraguayo. Las más anheladas, sin duda, son las frutas y verduras, pues el clima árido dificulta la producción local. Las bebidas son las más esperadas por los adultos.

“La planta baja es como un ‘supermercado’i’. Hay ropas, juguetes, verduras, frutas, leche. De todo hay”, describe el Ing. Ángel Desvars, uno de los dueños del barco. Es tan caótico como completo. La rampa desde el puerto de arena conduce a un mercado donde los vendedoras pujan por los clientes. “Los vendedores son dueños de su mercadería, nosotros hacemos el servicio de llevarle y traerle”, agrega. Son 14 en total los vendedores cuyo sustento navega por el río.

Que su edad no engañe. El Aquidabán puede cargar con tanta historia como mercadería. Transportar al menos 80 toneladas y centenar y medio de pasajeros al mismo tiempo no le hace problema, cuenta Desvars.

Más de 314 kilómetros separan a Vallemí, Concepción, de Bahía Negra, Alto Paraguay. Cientos de kilómetros de naturaleza, de Pantanal paraguayo, de travesía turística única. No hay forma de no ver a las garzas, blancas y grises y los mbiguá a medida que se avanza.

Si se agudiza la vista, hay más animales silvestres para ver en las aguas y en la costa. “Es muy bonito para ver la naturaleza. Es lo atractivo de viajar en el Aquidabán”, dice Desvars. En una zona donde el turismo es ignorado, este medio de transporte adquiere otra dimensión de importancia.

El Ing. Ángel Desvars hoy tiene 61 años y siempre sube al barco. Recuerda que de niño ya recorría el río Paraguay en la embarcación con sus padres. “Primero viajaba hasta Vallemí nomas. En estos tiempos llega hasta Bahía Negra”, cuenta. El Aquidabán fue idea de su papá, Julio Pablo Desvars, quien fundó el astillero de la familia alrededor de 1930, cuando fue construido.

Antes era de madera -recuerda don Ángel-, pero con el tiempo fue reemplazada por hierro, debido a la facilidad para conseguir el material.

Al igual que la economía en todo el país, el barco también resiente la crisis. El promedio de pasajeros varía entre 40 y 70, menos de la mitad de los que llevaba en sus años de esplendor, o al menos hasta hace una década, cuando la cantidad se mantenía por encima de 130 viajeros.

Un boleto de ida a Bahía desde Concepción cuesta G. 130.000, hasta Fuerte Olimpo, G. 120.000, y va variando de acuerdo a la distancia. Hay dos maneras de viajar: las hamacas, más económicas, que se pueden alquilar por todo el viaje por G. 30.000, y los camarotes -hay seis- que cuestan G. 100.000 cada uno. Estos precios no incluyen el pasaje ni la comida.

Al menos 30 paradas se hacen en todo el trayecto. El Aquidabán no deja pasar ninguna oportunidad. Donde haya gente que quiera subir o llegar, o comprar, ahí hace una escala. A las 11:00 del martes se pone en movimiento la nave río arriba. Entre la madrugada y la mañana del viernes tira anclas en la costa de Bahía Negra.

“No sabemos hasta cuándo, porque cada vez va disminuyendo y las cosas cada vez son más caras y es difícil minimizar los costos y nosotros no recibimos subsidio ni nada”, dice don Ángel, como no queriendo augurar que al barco tal vez le queden pocos años de viajes.

El heredero del barco reconoce la importancia del servicio que prestan para Bahía Negra y otras comunidades ribereñas, por ello, el mantenimiento lo realizan en temporada de sequía, cada dos años. Aprovechan que los caminos son seguros para poner a punto la embarcación y no dejar a la merced del clima a los lugareños.


Su aspecto vetusto ha sido criticado más de una vez y el hecho de que sea el único barco de esa naturaleza que surque las aguas del río Paraguay en ese exótico sector del Pantanal paraguayo. “Nosotros hacemos el servicio para la gente pobre. No podés poner precios de lujo. Tenemos la capacidad de hacer otro Aquidabán más lujoso, pero debemos mantener los precios para nuestro público. La mayoría de nuestros usuarios es gente de escasos recursos”, dice.

Las despensas y bodegas de Bahía ya están rebosantes de nuevas mercaderías. La ciudad vuelve a su ritmo, sin prisa. El Aquidabán da la vuelta y se deja llevar por el río.

viernes, 6 de julio de 2018

Alberto Chávez, el concepcionero que le puso alma a sus instrumentos lejos de su tierra

Hoy cumple 80 años, y sigue al frente de su taller como el primer día, allí junto a sus tres hijos, arregla y confecciona los mejores instrumentos de cuerdas.



Al ingresar al taller, de la calle Pedro Méndez del barrio Palomar, el aroma al barniz se amalgama con el trabajo preciso y paciente, deAlberto Chávez, un artesano de la madera de cuyas manos nacieron las mejores guitarras españolas y arpas que recorrieron el mundo gracias a músicos y concertistas internacionales como Luis Alberto del Paraná, Sila Godoy. También mediante su trabajo forjó una hermosa amistad con personalidades de la música como Lucas Braulio Areco y Jorge Cardoso.

Alberto Chávez nació en Concepción del Paraguay, el 2 de julio de 1938. Se casó con Elsa Antonia Giménez con quien vive hace 45 años y madre de sus tres hijos, Luis Alberto, Walter Omar y Julio César Chávez. Son la cuarta generación de luthier por lo que la tradición artesanal continúa más vigente que nunca, ya que con el paso del tiempo, estos también aprendieron los secretos de la luthería, tal como Alberto lo había hecho desde niño de su abuelo Sebastián Chávez, de su padre, Ambrosio Chávez y de su tío Cástulo.

La familia Chávez en aquel entonces en Luque (Paraguay) eran muy conocida, ya que se dedicaban a varios oficios: carpintería, herrería pero especialmente se destacaban en la luthería.

Confeccionaban todo tipo de instrumentos de cuerdas: violines, violas, violonchelos y guitarras de todo tipo, es así que se extendió por todo Luque y Asunción, Paraguay y desde ese entonces llaman a Luque “la ciudad de la música”.

En una charla con PRIMERA EDICIÓN Chávez recuerda su infancia en Paraguay, y dice: “Fue complicado, justo cuando todo iba bien, tanto en lo personal como en lo económico, nos tocó sufrir la consecuencia de la política que acechaba al Paraguay en el año 1947, en ese entonces, perdimos todo, el taller, nuestra casa y todas nuestras pertenencias. La familia quedó en la pobreza absoluta y a consecuencia de esa situación y sobre todo por el hambre, mi padre y todos los demás integrantes de la familia, se fueron al exterior”. Alberto, con apenas ocho años quedó al cuidado de sus abuelos.

Años más tarde, el abuelo de Alberto falleció, por lo que él sintió mucha tristeza y creía que no tenía nada que hacer en ese lugar. Por lo tanto, decidió ir a Asunción, donde trabajó un tiempo, pero no le alcanzaba para mantenerse, ganaba muy poco. Entonces, decidió con tan solo quince años ingresar al ejército, donde estuvo un año como voluntario y dos de servicio.

Al salir del ejército, decidió venir a Posadas, así lo hizo, cruzó en canoa, con intensiones de trabajar y tener un mejor pasar. Instalado en la capital realizó varias cosas, entre ellas trabajó en una mueblería donde cumplía más de 16 horas por día. Siempre con el sueño de que en algún momento podría montar su taller propio, aquel que en algún momento supo disfrutar junto a su abuelo y sus tíos de quienes aprendió el oficio.

Fue así que, después de varios años y a base de muchísimo trabajo y esfuerzo pudo cumplirlo. Según Alberto, todo lo consiguió de a poco, compró herramientas y fue levantando su local, él mismo que desde hace 60 años se encuentra en el barrio Palomar.

Para su hijo Luis Alberto “es un maestro, es una padre que nos trasmitió toda su experiencia y serenidad para trabajar, sobre todo el secreto para construir las mejores guitarras. Hace muchos años trabajo con él y formamos junto a mis hermanos un lindo equipo. Estoy muy conforme”.

Hoy el taller de los “Chávez” es un lugar de prestigio y calidad. Donde llegan músicos, no sólo de Misiones, sino de todo el país y del mundo para hacer sus pedidos.


Fuente: primeraedicion.com.ar

sábado, 21 de abril de 2018

Una anécdota de la historia

LA VENGANZA DE DON CAYO

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"¡Ha Quevedo tiempo...!" solían decir las gentes de esa generación al rememorar aquel no lejano periodo en que esos señores monopolizaban el comercio y controlaban todos los movimientos en la zona de Concepción. Para tener una idea de dicha época, habría que hacer un análisis ligero de la forma en que se vivía y de la costumbre del pueblo campesino. Sabido es que por esos años no existían aún los medios de transporte motorizado ni buenos caminos ni telégrafos; sin embargo, la vida se deslizaba más tranquila, había menos problemas y hasta parecía que se andaba más feliz.

Cuéntase que los señores Quevedo tenían en actividad más de quinientas carretas que llevaban y traían mercaderías de Concepción a la frontera. La casa importadora más fuerte, la estancia mejor organizada y mejor instalada, el ingenio de azúcar, las explotaciones de yerba y otras actividades más les pertenecían. Estos patrones y sus altos empleados viajaban sin cesar y no había valle en donde no tenían negocio y en donde no tenían clientes. Nuestras gentes sencillas les brindaban toda clase de atenciones y ellos las retribuían con creces.

Circulaba el dinero y el caso era ingeniarse para atraer a los ricos. Las posadas o casas de hospedaje eran lugares frecuentadas por troperos y allí hacían sus conquistas sentimentales y también sus derroches. Presas de ellos fueron muchas hijas buenas de posaderos y muchas lindas mozas del vecindario.

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Calle Ypané en 1898 (hoy Pdte. Franco)
Don Cayo, un paraguayo genuino, arrogante, siempre bien puesto, viajaba frecuentemente de su estancia a Concepción en compañía de su capanga Tiburcio, un morocho alto, fuerte, con una enorme cicatriz en la cara, seña particular adquirida en un bailongo improvisado. Tiburcio, el capanga inseparable, tenía fama de valiente y es por eso que se le tenía de guardaespaldas y se le proporcionó un 38 Colt con cabo de nácar, recién salido de fábrica. Don Cayo, a pesar de tener emblanquecido prematuramente sus cabellos y tener muchos hijos, gustaba de las fiestas. Su debilidad era el "Cielito Chopí" y se divertía enormemente haciendo el papel de "taguató". El "Solito" también le gustaba sobremanera pero más gozaban de él los espectadores. En sus continuos vaivenes asistía a cuantos bailes encontraba y muchas veces llegó a concentrar en sí la atención del público con sus travesuras. Su posada favorita fue la de Ña Vicenta, en Estribo de Plata, un vallecito alegre sobre el río Aquidabán. Ahí llegaba habitualmente por la tardecita a desensillar el caballo, cenar un buen plato de huevos fritos con mandioca y un cuarto de vino tinto; luego se sentaba a jugar al naipe, ya sea la escoba de quince o la biscambra, con la dueña de casa; pero más le hubiera gustado hacerlo con Susanita, la hija de Ña Vicenta, que por ese entonces disfrutaba de sus dieciséis floridos años. Era una simpática, risueña y vivaracha morena de cabellos encrespados, ojos muy negros y blanquísima dentadura; pero lo más atrayente de su persona estaba en el conjunto de sus curvas, que dejaban afiebrados de deseo a cuantos forasteros la miraban. Antes de continuar viaje, y después del mate, don Cayo chupaba otra media docena de huevos crudos y un cuarto de "guaripola". Un litro cargaba en su caramañola para irlo sorbiendo por el despoblado camino, al lado de Tiburcio, su confidente, su hombre de confianza.

- Esta Susana "aka chará" cada vez va siendo más cautivadora. ¿Te fijaste en ella? ¡Qué bien le queda ese moño de cinta azul! Y... ese cuerpo, ¡qué tentación! Quiero hacerle un obsequio.

- Pero patrón, usted que puede y tiene plata, ¿qué le falta? Ella es pobre y mucho le va á agradecer. Con plata se consigue todo.

Así, don Cayo iba alimentando una ilusión y aumentaba su optimismo para hacerse dueño de su cariño.

Una noche, aprovechando la ausencia de Ña Vicenta, sacó de su cinto doble un mil pesos pirirí y le pasó a Susanita.

- Tome -le dijo-, le obsequio para que invierta en lo que necesite.

- Por favor, don Cayo, es demasiado mucho. Yo no puedo aceptar. Contestó ella como si entendiera la intención del viejo consentido.

- Guárdese le digo, que yo se lo doy y... ya sabe por qué.

- Voy a recibir para guardarlo, don Cayo.

Después de esta introducción, continuó frecuentando la posada y prolongaba el juego de la escoba hasta altas horas de la noche. Para que el juego no decayera se aperitaba moderadamente. En fin, en algo sé salvaba el importe del kerosén del alumbrado. Don Cayo preteridla siempre que la señora Vicenta se fuera a la cama y así él continuaría el juego con la muchacha.

Una mañana, cuando ya estaba por partir, se presentó la oportunidad de conversar con la codiciada hija de doña Vicenta.

- Mira, Susanita. Quiero que me complazca en una cosa. Yo le voy a corresponder, pero no quiero que nadie sepa, ni su mamá. Si me demuestra su voluntad, ya sabe que le voy a dar cosas lindas.

Como si recibiera un insulto, Susana contestó en tono enérgico y sobre sus mismas palabras.

- No esperaba de usted, don Cayo, esta proposición. Yo le considero todo un señor y le respeto. De ninguna manera voy a aceptarle lo que me acaba de proponer. En cualquier cosa le puedo servir, pero para complacerle con mi persona no puedo. Continuare así. Muchas gracias por sus ofrecimientos. Y sonrió despectivamente.

Quedó derrotado así don Cayo en su primer intentó, no pudiendo ni siquiera continuar la súplica amorosa. Montó sobre su caballo y le llamó a Tiburcio, que le estaba esperando bajo un naranjo.

- Y bueno, torohó mba'é - dijo retirándose de la casa.

Durante el largo viaje no pronunció ni una palabra; de vez en cuando tomaba un sorbo de su guarigola y continuaba entregado a su recogimiento. Tiburcio marchaba un poco adelantado, para abrirle los portones.

Varios meses pasaron. Don Cayo seguía lunático. No le agradaba nada ya y maltrataba hasta a los personales más acreditados. El rechazo que recibió lo hirió en lo más hondo. No salía de su cabeza el recuerdo del último pasaje con la Susana. ¡Como esa mujer canalla le puede contestar "de ninguna manera" a él, que es todo un patrón? ¿Acaso él no puede ser digno de su amor? ¿Que se ha creído esa mujer tonta? No. Esto no puede quedar así. La venganza más cruel tiene que venir y ella habrá de sufrir y sentir lo que le ha hecho. ¿Qué hacer para que ella se arrepienta, para que le duela en el alma?

- ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! -repetía a menudo. Esa mujer me tiene que pagar caro.

Seis meses después, en una tarde calurosa, fue llegando don Cayo a su vieja posada.

- Tanto tiempo para volver por estos lados, -le dijo luego del saludo Ña Vicenta. ¿Qué habrá sabido de nosotros, por eso no llega más? Por aquí le recordamos siempre y sabemos que Ud. anda viajando por otro camino.

- Así es Ña Vicenta -contestó sin dar más explicaciones.

Cenó su plato preferido con su acostumbrado un cuarto de vino, pero no armó el juego. Alegó cansancio y se acostó temprano. Susana, muy amable, le atendía como de costumbre. Por la mañana le cebó el mate y le sirvió el desayuno. Demoró para salir. Hizo llenar un vaso grande de guaripola y empezó a tomar. El deseo de venganza ardía dentro de su pecho y quería ver aplastada a esa desconsiderada mujer, qué como siempre, estaba alegre y tentadora.

Ña Vicenta se ausentó por un momento y quedó don Cayo tomando su aperitivo. Su caballo ya estaba ensillado. Luego de ingerir dos vasos, pareció tomar ánimo y se decidió a hablar.

- Susana -llamó-, ¿quiere venir un momento?

- Enseguida, don Cayo, ya voy. Y de inmediato se presentó. ¿Recuerda aquel mil pesos que le dejé para que me guardara?

- Sí, don Cayo, lo tengo y está a su disposición.

- Bueno entonces, voy a retirarlo.

- Susana desapareció unos minutos y volvió entregándole el billete tal como había recibido de don Cayo en aquella ocasión: bien planchado y pirirí.

Don Cayo, guardándolo, montó su caballo y se despidió diciendo:

- Anga katu ja ahaitéma.

- Anichene don Cayo, siempre roha'arota.

Poco tiempo después recibió don Cayo una invitación especial de Ña Vicenta para asistir al acto de matrimonio de su única hija, con el capataz de los señores Quevedo.

- Ahora voy a vengarme -dijo. Ni yo ni mis personales van a ocupar esa fiesta. Susana me querrá ver y, quién sabe sí no me quiere decir algo; querrá seguramente con mi presencia dar categoría a la celebración de su boda, pero está muy equivocada. No participaré... y que sufra.

Fuente: ECOS DE CONCEPCIÓN - RELATOS Y CHISMENTOS

miércoles, 18 de octubre de 2017

CAPITÁN JOSÉ VENANCIO GONZÁLEZ

En el diario "La Opinión" del 20 de abril de 1990 apareció un artículo recordando su actuación durante la Revolución de 1947 y decía así:

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Dice Alfredo Seiferheld: "Es muchas veces doloroso para la propia historia traer al recuerdo un pasado de violencia y de miseria... pero sin embargo, menos justo sería para con la misma verdad histórica ignorar u ocultar testimonios que puedan contribuir a despejar interrogantes sobre algunos episodios, para que nunca más los paraguayos volvamos a cometer los errores del pasado", y por ello escribió las memorias del Capitán (después Mayor) José Venancio González sobre la revolución del 47. 

Este militar fue un héroe de la guerra del Chaco y fue distinguido con las dos mayores condecoraciones y con su espíritu guerrero, tampoco titubeó para defender en el 47 a su Partido Colorado y hasta que, ya durante la dictadura de la post revolución dio su vida en un episodio sangriento no esclarecido hasta hoy. 

El 20 de abril de 1949, el Guión Rojo de J. Natalicio González ataca la caballería, la que estaba comandada por el Tte. Cnel. Enrique Giménez. El grupo del Guión Rojo estaba comandado, por el Cap. José Venancio González y al ser repelidos por la caballería de Giménez, muere descuartizado éste y se lo entierra a la vera del Arroyo Itay, según manifestación de algunos escritores, pero muchos aspectos del hecho siguen en la incógnita y hay relatos como el de su hija la poetisa Hedy González Frutos, quien entonces era muy niña. 

Alguna vez tendrá que aclararse este horrendo episodio entre hermanos colorados: los llamados Democráticos de Federico Chávez y los llamados "Guión Rojo" de J. Natalicio González y muchas otras asonadas en tan turbulento corto período en que se sucedieron siete presidentes (Higinio Morínigo, Juan Manuel Frutos, Federico Chávez, Gral. Raimundo Rolón, Dr. Felipe Molas López, Tomás Romero Pereira y Gral. Alfredo Stroessner) y cuya rara investigación corresponde a otros historiadores que alguna vez aclararán. 

Estando al frente del R.C. N° 6, aquel 31 de julio de 1947 y ya llegando en su avance hasta la picada de "Curuzú Isabel", a unos 10 kms. de Concepción, recibe con asombro la orden de detenerse y regresar a su punto de partida, un lugar llamado "Bolicho Torres".

Se enteró por algunos prisioneros y vecinos que las fuerzas rebeldes se desprendieron de Concepción, pero confirma lo que aseveró en otro capítulo, que no sabían hacia dónde fueron.

Efectivamente, ese primero de agosto los rebeldes forzaron "Caída" y siguieron al sur. Los leales estaban aislados, sin medios de transporte, y no tenían otra alternativa que seguir a pie y solamente un grupo logró seguir en una embarcación que no pudieron reparar los rebeldes y que luego de varios días el Contra Almirante Ramón E. Martino logró ponerla en marcha. Sobre esa lucha y el final de la Revolución el 19 y 20 de agosto ya es historia conocida a través de publicaciones periodísticas diversas y libros varios, aunque los pormenores del fracaso de los rebeldes y el triunfo de los leales tiene aún sus interrogantes.

El trayecto a pie y a caballo del escuadrón del Mayor José V. González, éste lo describe con lujo de detalles y fue una odisea digna de la pluma de un historiador, guerrero militar, por lo que aquí no me limitaré a transcribirlo en su totalidad. Pero sí vale la pena anotar que este escuadrón bajo el mando del Cuerpo de Zapadores del Cap. Clavell encontró en la zona de "Villa del Rosario" a un grupo de niñas de San Pedro que fueron traídas como prisioneras y por supuesto, el jolgorio fue indescriptible al ser liberadas. 

Esto demuestra que en una contienda no hay frentes buenos, generosos, respetuosos ni condescendientes con el prójimo. En ambos bandos salta el espíritu maléfico que lo traemos incrustados en el alma a partir de Adán y Eva y describe el Cap. González que muchos de sus soldados eran oriundos de Rosario y ansiosos fueron a sus lares, y encontraron muchos de ellos verdaderos desquicios dejados por los rebeldes.

Habla de la nobleza del soldado, que su odio y deseo de venganza es dominado por el deber, pero mi apreciación es que en el fragor de la lucha es difícil que se imponga la razón. Tanto el vencido como el vencedor no tienen corazón y la historia demuestra que las generaciones futuras deben nutrirse de estos bestiales ejemplos para imponer una conducta, un "¡¡¡BASTA, YA NUNCA MÁS!!!".

domingo, 12 de febrero de 2017

TENIENTE SIGFRIDO "BUBBY" MALUF

A título de anécdota, creo que vale la pena destacar referencias de familiares y algunos Ex-combatientes, sobre este destacado joven concepcionero llamado Sigfrido Maluf, alias Bubby (*) quien tuvo una actuación histórica y heroica en el R.I. 1 "2 de Mayo" a las órdenes del Cap. Bartolomé Araujo, cuyo frente sobre la margen derecha del río Ypané, abarcaba desde Belén (Paso de Patria) hasta la desembocadura en el río Paraguay. 


Sus hazañas le valieron el rápido ascenso a Teniente. Se recuerda una hazaña allá por junio o julio del 47, cuando el famoso R.I. 5 "Gral. Díaz", llamado "Poncho Pytã", estaba integrado por los reservistas colorados, vadearon el río Ypané con la intención de apoderarse del Aeropuerto, a dos kms. del Ypané y de ahí a tres kms. de Concepción, que de caer en manos de ellos, terminaba la Revolución. 

Estos aguerridos reservistas se encontraron con una inexpugnable resistencia del R.I. 1 "2 de Mayo". Allí fueron repelidos y muchísimos reservistas murieron acribillados y otros ahogados al intentar cruzar el río a nado. Del lado rebelde murieron cinco rebeldes y esa noche fueron velados en el salón de Actos del Palacete Municipal. Recuerdo muy bien de uno de ellos, un sargento Escalante presentaba un dantesco cuadro con el cráneo y cara totalmente destrozados por una salva de metrallas.

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A raíz de esta hazaña, se hizo famoso en el frente gubernista el nombre del Tte. Maluf, como el héroe de esa gesta, considerándosele como el revolucionario que más colorados mató en la Revolución, clamando en consecuencia, venganza. La historia no termina acá.

Ya en pleno desbande, el 18 de agosto, un grupo de rebeldes marchaba a prisa en busca de la Argentina, allende al río Pilcomayo. Llegaron a una Estancia llamaba "Galileo" de don Froilán Zavala, que antes de llegar al Pilcomayo son alcanzados y tomados prisioneros por las fuerzas gubernistas que les seguía a corta distancia. Ahora, según relata otro concepcionero corrido, el Sr. Coco Rojas, Hipólito, al llegar a dicha zona, ya en horas de noche, encuentra al contingente arriba citado, en una isleta cerca de la estancia "Galileo", donde exhaustos, estaban durmiendo. 

Todos ellos cruzaron el río Paraguay a la altura de lo que hoy es Puente Remanso y en la orilla derecha había una destilería donde quedaron a pernoctar; fue el 17 de agosto y al día siguiente prosiguieron hacia el Oeste, internándose unos 10 kms. en el Chaco y ahí encontraron un Retiro de "Galileo" llamado "Mamó reí". Era el extremo este del Estero Patiño, donde pernoctaron y al día siguiente temprano tomaron varios caballos y se lanzaron hacia el sur en busca del Pilcomayo. 

Uno de ellos, ya agotado, tuvo que ser transportado ventralmente sobre el anca de un caballo, so pena de morir. Era un conocido concepcionero, dueño de una mueblería fúnebre llamado Silvestre Insfrán y a la noche llegaron a la isla arriba citada, donde encontraron a ese otro grupo descansando, entre ellos dos concepcioneros: Feris Maluf y un joven de apellido Ortellado conocido con el sobrenombre de "Mariscal". Era hermano del conocido sacerdote concepcionero ya desaparecido Pbro. Venancio Ortellado. Al llegar a dicho lugar, les dice Hipólito (Coco) Rojas a los dos concepcioneros: "Por qué no seguimos que están por llegar los gubernistas y nos matarán a todos". Le responde Feris que no, que están muy cansados y que quedarán a dormir para continuar al día siguiente. 

El resto continuó viaje y al día siguiente cruzaron el Pilcomayo a la altura de un lugar donde los caballos aceptaban vadear el río. A esa estancia llegaron ya a altas horas de la noche del 18 de agosto, donde se acostaron a dormir, pero a eso de las 2 de la madrugada del 19 de agosto, un Contador Público concepcionero de apellido Insaurralde, les despertó a todos y les dijo que debían cruzar la frontera lo más pronto posible, pues estaba remontando el Pilcomayo una lancha torpedera gubernista y todos corrían el riesgo de ser aniquilados. Así se salvaron y fueron guiados por vaqueanos de la Estancia. 

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Tropa de la Caballería revolucionaria
Fueron tomados por los argentinos y conducidos a un campo de concentración. El Sr. Insaurralde y otros no quisieron cruzar el río y siguieron a pie, costeando el Pilcomayo hasta llegar a los fondos de los campos de Carlos Casado, donde tenía unos parientes trabajando en una Estancia. De ahí, posteriormente, el Sr. Insaurralde fue a radicarse en la ciudad de Salta, donde llegó a ser Presidente del "Centro de Residentes Paraguayos", y falleció hace poco tiempo-.

El Sr. Hipólito Rojas relata que unos días después llegaron otros refugiados y contaron que los gubernistas alcanzaron aquella noche la Isleta, sorprendieron a los que quedaron a descansar y procedieron a identificar a cada uno de ellos y cuando le tocó el turno a Feris, le dicen:

- ¿Cómo se llama Ud.?

Le responde: Feris Maluf!

Ah, ¿Ud. es el Tte. Maluf?

- Sí, el mismo. Que quizás lo dijo por el susto, inocentemente.

Ah, entonces Ud. es el famoso Tte. Maluf, así es que, siga corriendo. Algunos refieren que en el acto fue degollado y todos sostienen que al obedecer la orden de correr, lo acribillaron a metralleta por la espalda. Triste destino, no era el de el Tte. Sigfrido "Buby" Maluf. Era su primo Féris Maluf, hijo de otro libanés llamado Abrahin Maluf.

Ese mismo fin tuvo "Mariscal" Ortellado.

Los restos de Feris Maluf fueron traídos a Concepción un tiempo después por sus familiares, los cuñados don Guillermo Ruotti y Herminio F. Valiente. En el lugar colocaron una cruz de hierro y todos los que pasan por el lugar, lo reconocen como "Curuzú Maluf".

¡Y cuántos centenares más de jóvenes rindieron tributo a sus ideales en la fratricida revolución del 47! En el bajo Chaco a orillas del Pilcomayo; en Villeta sobre el río Paraguay se vivieron las más tenebrosas escenas de la guerra fratricida. ¿Cuántos paraguayos muertos en manos de sus propios hermanos, en nombre del ciego fanatismo de los colores partidarios?!

Hay hechos que se prestan a comentarios, pero se impone el respeto al pensamiento y a los intereses de los protagonistas. Luego de terminar la Revolución, el Tte. Sigfrido Maluf decide y se afilia al Partido Colorado y esto le permite llegar a la Presidencia de la Seccional Colorada de Trinidad, donde logra llevar adelante una de las fábricas más grandes de cerámica en el Paraguay, tal vez con la ayuda de Humberto Domínguez Dibb, su amigó y compatriota que por lazos matrimoniales lo allega al tirano Stroessner. Churchil se afilió a cinco partidos.

(*) Según un cadete llamado Raúl Friedman, quien escribió un artículo sobre los acontecimientos del 7 de marzo de 1947, en una sección dominical de un periódico de la Capital, dice que nunca había pasado por la Escuela Militar un cadete que tuviera mejores notas que el brillante Cadete Sigfrido Malu
f.

Fuente: CONCEPCIÓN - PINCELADAS Y VIVENCIAS DEL 47 - Dr. Pedro Ruso Skurich

JOSÉ SÁNCHEZ LABRADOR Fundador de Belen

Nació en la Guardia, pueblo de la diócesis de Toledo, el 19 de septiembre de 1717, entró en la Compañía de Jesús en la Provincia de Toledo el 5 de octubre de 1731 é hizo la Profesión de cuatro votos el 20 de mayo de 1751.

José Sanchez Labrador

De allá se trasladó al Paraguay. Fue profesor de Filosofía y Teología con gran opinión de ciencia en la Academia de Nueva Córdoba. Luego de abandonar sus exitosas cátedras, se ocupó Sánchez en intentar convertir a la fe cristiana y reducir al “suave yugo del Rey Católico” las naciones Eyiguayegui (Mbayá o Guaicurú en el léxico guaraní y español) habitantes del norte del río Jejuí a ambas márgenes del río Paraguay para lo cual hubo de recorrer distancias inmensas, exponerse á grandes peligros, sufrir innumerables trabajos y sobre todo estudiar y comunicarse en la lengua nativa.

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En esa época fundó la ciudad mas antigua del departamento, Belen, el 23 de agosto de 1760 , durante el gobierno del Jaime Sanjust, como Nuestra Señora de Belén de los Mbayá.

De esta reducción partieron las expediciones para fundar las ciudades más importantes de la región y de todo el país.

En los primeros años de la ciudad se vio afectada por varios problemas, por ejemplo una epidemia de viruela, expulsión de los sacerdotes jesuitas del Paraguay y riñas entre los indígenas reducidos.
Fue Sánchez sorprendido por la expulsión de los jesuitas (2 de abril de 1767) y deportado á Italia con los demás compañeros. 
Referido por el misionero jesuita Martín Dobrizhoffer en su Historia de los Abipones, con admiración y pena por el estado en que lo encontró en su visita a la Misión de Belén.
Ya anciano, murió despues de deportado en Rávena, Italia en 1799.

Actualmente en la ciudad de Belen, existen casonas con rasgos coloniales de importante valor histórico, que si bien son sencillas reviven el rico pasado histórico de la ciudad. Puede verse la importante influencia cultural y arquitectónica de la colonia en toda la ciudad.

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A orillas de los Ríos Ypané, Pororó y Paso Pedroso existen concurridos balnearios de blancas arenas y hermosa vegetación. Varios manantiales riegan la ciudad.

Las ruinas de Purutue Ka´i Cué se encuentran en la zona, son restos de un establecimiento brasileño.

En Belén se realiza turismo ecológico y turismo de estancia.

Obras manuscritas de Jose Sanchez Labrador: 

TRADUCCIÓN DEL CATECISMO Á LA LENGUA DE LOS MBAYÁS; Diccionario (hasta la letra P. de la misma lengua, con anotaciones sobre gramática. El vocabulario completo se habría salvado en fotografías); PARAGUAY NATURAL ILUSTRADO; PARAGUAY CULTIVADO. (En 11 tomos, extraviados); PARAGUAY CATÓLICO. (En 3 tomos, rescatados) Fuente: De la historia del Paraguay escrita en francés por el Padre Pedro Fr. Xav. Charlevoix, traducida al latín por el Padre Domingo Muriel y editada en Venecia en 1779.

Fuente: EL PARAGUAY CATÓLICO. Buenos Aires: IMPRENTA DE CONI HNOS., 1910. 372 pp. / Wikipedia

domingo, 18 de diciembre de 2016

Capitán Lázaro Aranda: Un patriota como pocos

Marino, empresario, colonizador Y pionero. El capitán Lázaro Aranda fue un hombre muy ligado a la historia de la navegación fluvial y a la de muchas familias establecidas por él en los confines norteños de la patria.



Hoy, su nombre –excepto por los norteños– está casi olvidado. Un injusto olvido, pues fue uno de los paraguayos que más ha dado de sí mismo por su país y sus compatriotas.

Don Lázaro Aranda fue, además de un gran conocedor del río, un maestro que formó pléyades de navegantes: desde capitanes de barco, comisarios, prácticos, jefes de máquina, pilotos hasta el último guardiamarina. Descubridor de yacimientos marmóreos de las cavernas de Vallemí, colonizador, protector de colonos, servidor de su patria en guerra… En fin, dejó huellas de su paso por la vida.

Don Lázaro Aranda nació en Capiatá hace 143 años, el 17 de diciembre de 1873. Inquieto desde niño, por alguna travesura cometida, huyó de su hogar capiateño y se trasladó a Asunción. Con apenas 13 años se escapó de su hogar y se trasladó a Asunción. Deambuló algunos días, durmiendo debajo de los muelles de madera del puerto, hasta que logró trabajar como lavaplatos en un barco que iba a Montevideo. En el Río de la Plata siguió navegando y acumuló una rica experiencia naval, que le llevó a alcanzar el grado de guardiamarina.

En 1904 regresó al país a bordo del buque revolucionario Sajonia y fue protagonista de los sucesos que encumbraron al Partido Liberal al poder político del país. Terminada la revolución, se instaló en una pequeña hacienda que adquirió en Limpio, donde se dedicó a la agricultura y ganadería.

Enamorado de la actividad fluvial, no tardó en retornar a la navegación, principalmente en los buques que viajaban al Alto Paraguay; primero como baquiano y, luego, como capitán de buques mercantes. Desde su regreso, supo ganarse el respeto de las autoridades, quienes confiaron en él importantes tareas; entre ellas, la canalización del riacho Caracará –un sitio que lo vería accionar, nuevamente, décadas después–.

Don Lázaro era conocido por su prodigalidad; aun así, trabajando esforzadamente, logró amasar una pequeña fortuna que le permitió, con el transcurso del tiempo, formar una sociedad naviera con dos compatriotas: don Américo Arce y don Ángel Mosciaro. Pero como su pasión era la navegación, don Lázaro siguió en lo suyo, capitaneando el recordado buque San José. Otro de sus buques fue el Parapití.

Fundador y colonizador

En cierta ocasión, movido por su espíritu inquieto, navegó por el río Aquidabán y llegó hasta territorios casi inexplorados. En aquellos lejanos y olvidados parajes encontró a muchas familias de compatriotas que sobrevivían en medio de la indigencia, con sus hijos sin escuelas ni asistencia médica y, muchos de ellos, inscriptos como brasileños.

A su regreso, don Lázaro gestionó ante las autoridades para que dependencias del Gobierno asistieran a aquellos compatriotas, además de solicitar tierras fiscales para establecer una colonia.

El Gobierno le concedió una extensa propiedad fiscal en la confluencia de los ríos Paraná y Apa. Allí, el 24 de agosto de 1924, don Lázaro fundó una colonia y trasladó a aquellas familias, a las que –de su propio peculio– proveyó de viviendas, víveres, arados y yunta de bueyes. También, mandó construir una escuela, capilla, local policial y dispensario médico. No solo eso; además, de sus propios recursos económicos costeó el sueldo de los funcionarios y el de la visita quincenal de un sacerdote para el auxilio espiritual de los colonos. Aquellos sacerdotes eran los recordados padres salesianos Rafael Elizeche y Juan María Casanello.

Explorador y descubridor

Recorriendo las tierras que le fueron concedidas para la fundación de la colonia, a la que llamó San Lázaro, y actual distrito concepcionero del mismo nombre, don Aranda descubrió los ricos yacimientos de mármoles de la zona. Se propuso explotarlos, golpeando las puertas de numerosas instituciones oficiales, pero –a pesar de su empeño– no pudo logar ningún apoyo para su propósito productivo. En los años 50, la firma Vallemí empezó la explotación de aquellos yacimientos.

Rico anecdotario

Desde su llegada al país, don Lázaro fue siempre un férreo defensor de la legalidad. Se cuenta que, allá por 1918, se declaró una huelga de obreros marítimos y don Lázaro fue el “rompehuelga”, enfrentando a los huelguistas con revólver en mano y, peleando pecho a pecho con los amotinados, logró dominarlos.

Otro momento que tuvo a don Lázaro como protagonista fue durante la revolución de 1922. En momentos en los que los revolucionarios lograron entrar en la capital, dio asilo en su barco al propio presidente de la República, sus ministros, y otros funcionarios y caudillos gubernistas.

Pero don Lázaro no solo dio asilo a aquellas autoridades, sino que se puso al frente de los pocos defensores que le quedaban al Gobierno y, con arrojo, les dirigió para repeler el ataque, retomó el Departamento de Policía y derrotó a los revolucionarios, quienes no tuvieron otra alternativa que abandonar la capital y refugiarse en el interior hasta su derrota final, luego de la muerte de su principal jefe, el coronel Chirife.

Defensor del Chaco


Don Lázaro junto al Mcal. Estigarribia y estado mayor del Comanchaco

Durante la guerra paraguayo-boliviana, movilizó a más de 200 hombres de San Lázaro y organizó chacras para apoyar las tareas de la retaguardia.

Aprovechando la amplia experiencia naval de don Lázaro, el Gobierno le encomendó la inspección de los ríos posibles de navegación y, desde 1933, ocupó los cargos de inspector de Ganado y Embarque, técnico de Embalizamiento del río y subdirector de Hidrografía. Su tarea fue de suma importancia para el traslado de contingentes y pertrechos al frente de batalla, vía Puerto Casado.

Pero no solo eso fue lo realizado por don Lázaro, sino que se encargó de proveer leña a todos los buques a vapor de la Marina, sin cobrar nada por los cargamentos.

El castillo de don Lázaro

Fue también en los años de la guerra que don Lázaro, como una manera de facilitar el tráfico nocturno en las aguas del río Paraguay, encaró por cuenta propia la construcción del castillete que cubre el peñón que emerge del río a la altura de Piquete Cué, dotado de un faro luminoso.

Según alguna vez alguien nos refirió, una de las razones que tuvo el señor Aranda para construir esa petit fortaleza fue preservar el peñón de los cañonazos realizados desde el cuartel de Villa Hayes, que utilizaban ese peñasco como blanco. En realidad, la razón principal fue utilizar ese lugar como faro, pues se le dotó de un mástil en cuyo extremo se instaló una baliza para advertir a los navegantes –en las noches sin luna– de la peligrosidad del lugar y así evitar algún accidente.

El castillo del peñón –para cuya ejecución, don Lázaro solo encontró dificultades y obstáculos por parte de las autoridades de la Prefectura General de Puertos– debía estar rematado con una estatua dedicada al teniente Andrés Herrero, héroe de la Marina paraguaya, muerto en los días iniciales de la Guerra de la Triple Alianza.

La construcción del “castillo” –que fue edificada de a poco a lo largo de más de 10 años– fue hecha a base de cemento, con todas las comodidades necesarias para pasar unos días. Consta de una salita, pieza de baño y cocina. Unas escalerillas en forma de caracol conducen a una plataforma con barandilla, que forman un mirador. Cuenta con instalaciones para luz eléctrica, enchufes para aparatos de radio y cocina eléctrica.

Inconcluso, el castillo –así como la progresista ciudad de San Lázaro– es uno de los legados tangibles que dejó a la patria aquel genial capiateño.

Homenaje rechazado

Los innumerables beneficiados por la generosidad de don Lázaro se sentían en deuda con él. Era deseo de toda esa gente –especialmente los pobladores de la lejana colonia de San Lázaro– rendirle un homenaje en vida, en gratitud por lo que tan amable persona había sido con ellos.

Para plasmar dicha gratitud colectiva, los sanlazareños decidieron hacer una estatua con la efigie de don Lázaro. Se buscó un escultor y se recurrió a uno de nacionalidad francesa, quien estaba haciendo trabajos para el colegio San José de Concepción –probablemente Lavand–. El director de este centro educativo recorrió el litoral norte visitando a personas, instituciones y empresas, las que no escatimaron su apoyo a la idea y pronto pudo realizarse la escultura, que fue colocada sobre un elegante pedestal en el pueblo de San Lázaro.

Los organizadores invitaron a don Lázaro a visitar la colonia, pero sin contarle el motivo de la visita. El ilustre visitante llegó al lejano pueblo ribereño, donde fue recibido por una entusiasta multitud, pero al darse cuenta de que el propósito era descubrir un monumento en su honor, se puso tan furioso que apostrofó severamente a los presentes y, revólver en mano, se dispuso a arrojar la estatua al río. No poco trabajo les costó a los concurrentes calmarlo y la estatua se quedó sin su inauguración. Tuvo que ser retirada y vuelta a colocar luego de su muerte.

Este ciudadano trabajador y bienhechor, luego de una vida dedicada a su patria y sus conciudadanos, a quienes brindó sus desvelos y fortuna, falleció el 15 de noviembre de 1945, en la pobreza, pero rodeado de la gratitud de la ciudadanía.

ABC - surucua@abc.com.py  -  Fotos ABC Color/Archivo Surucua.

lunes, 8 de agosto de 2016

Domingo Sarmiento en Concepción

El miércoles 24 de agosto de 1887 zarpó del puerto asunceño el buque Misiones rumbo a la ciudad de Concepción.




Iba a bordo Domingo Faustino Sarmiento, el expresidente argentino, acompañado de una selecta comitiva, entre la que figuraba el ministro plenipotenciario austro-húngaro, por lo que en uno de sus mástiles flameaba la bandera del Imperio europeo.

Además de amigos personales, integraban la comitiva el cónsul alemán y el ministro del interior, coronel Meza, quien iba a Puerto Rosario a visitar su establecimiento ganadero.

El jueves, a las 6:00, el buque llegó al puerto de Concepción. Una vez fondeado, subió al barco el señor Rosendo Carísimo, uno de los principales de dicha ciudad y senador nacional, invitándoles a bajar y acompañándoles a hospedarse en su vivienda, en donde fueron atendidos con mucha amabilidad.

Una vez instalados, recorrieron en el carruaje del senador Carísimo distintos lugares de la ciudad, como el viejo cuartel –que databa de la época de don Carlos A. López–, los cultivos cercanos y fueron por la picada de Machado al lugar conocido como Curusú Isabel. Posteriormente, Sarmiento visitó la zona del río Ypané.

A la noche, recibió una bulliciosa visita de vecinos, con petardos y orquesta. Al día siguiente, tuvo el gusto de encontrar a un viejo conocido chileno, propietario del hotel Comercio. A su regreso, vino acompañado de un gua’a hovy, llamado Pedro, que le fue obsequiado en Concepción por una joven argentina llamada Juanita Navarro.

Durante aquella primera estadía –volvió meses más tarde y se quedó a vivir hasta su muerte– donó unos lotes de libros a la Biblioteca Pública asunceña y al Ministerio de Instrucción Pública, un banco modelo, diseñado por él y construido bajo su dirección.

Otro regalo que hizo el señor Sarmiento durante aquella primera visita fue la introducción de plantas de mimbre para ser cultivadas en Asunción y lugares del interior, con lo que, poco tiempo después, surgió una interesante industria de canastas y otros utensilios.

Concepción, la “opulenta”


Concepción antes de 1900
Hablando de la Perla del Norte, el notorio progreso que experimentó la ciudad de Concepción –entre los años 1880 y 1915–, gracias a la explotación de los recursos naturales de la zona, hizo que recibiera, meritoriamente, el título de “opulenta”.

El inusitado desarrollo que vivió la ciudad se reflejó en una intensa actividad comercial y social: se fundaron dos clubes, el Cosmopolita y el Social; se instalaron dos hoteles de primera categoría y tres de segunda, siete bares y una veintena de almacenes de comestibles, entre otros establecimientos. También funcionaron en la época mencionada cinco escuelas y el Colegio Nacional (1890); en 1900 se fundó el Instituto San José de los salesianos y el Colegio de las Hijas de María Auxiliadora. Existían en la ciudad siete consultorios médicos y cuatro boticas.

En 1890, don Remigio Albertini trajo el primer tranvía a mulitas con que contó Concepción, cuyo itinerario unía el puerto con el lugar llamado Canchacué, posteriormente conocido como Riñería, Quinta Genes y Villa Armando.

Funcionaban, además, 18 depósitos yerbateros, cinco grandes olerías (entre otras menores), tres periódicos, una fábrica de hielo y otra de gaseosas, seis panaderías, dos fideerías, dos jabonerías, cinco carpinterías, 18 carnicerías particulares y la Tablada de Matanza Municipal, dos barracas de cuero, cuatro aserraderos y cuatro sastrerías. En la plaza Carreta se concentraban los productos traídos del campo.

Vacas para la Argentina


Para la fundación de Buenos Aires, en 1580, mientras la carabela San Cristóbal del capitán Juan de Garay encabezaba la flota que conducía a los futuros repobladores, por tierra marchaba una tropa de 500 a 750 cabezas de ganado vacuno y otros tantos caballos.

La tropa de ganado salió de Asunción en los primeros días de enero de 1580, siguiendo la margen izquierda del río Paraguay-Paraná, llegando hasta el sitio donde se fundó la capital porteña, el 11 de junio de ese mismo año. Era la primera vez que “los montes de lapachos y los quebrachales del Chaco santafesino vieron desfilar bajo sus follajes la hila de vacas multicolores y briosas caballadas, dirigidas y animadas por el ulular de los jóvenes troperos nativos, en un revuelo de pájaros asustados. Iban por tierras desconocidas, atravesando montes, costeando ríos, acechados por indios hostiles y por fieras carniceras”.

Fuente: ABC Color - (surucua@abc.com.py)

martes, 2 de agosto de 2016

Concepción: La opulencia, marginación y esperanzas

CONCEPCIÓN.- La ciudad de Concepción tiene una rica historia que en la actualidad se convierte en esperanza de sus habitantes.

 

El deseo es salir de la postergación, aunque las dificultades se suman cada día. La ciudad, fundada por el Cnel. español Agustín Fernando de Pinedo en 1773, vivió su época de la opulencia entre 1890 y 1926, mediante las exportaciones e importaciones a países europeos. 



Según don Teófilo Medina, director de cultura de la Municipalidad, el puerto fue escenario de grandes transacciones con inmigrantes italianos que dejaron su influencia en los mejores edificios de la ciudad. Explicó que los italianos traían materiales de construcción de primera calidad y llevaban yerba, madera y carne salada. Sin embargo, dijo que factores externos cooperaron para la decadencia económica. 

“La recesión económica de los EEUU repercutió en lo nuestro, luego la revolución de 1922 a 1923 marcó el retroceso económico de la ciudad”, explicó Medina. Luego de la Revolución del 47 Concepción quedó postergada, especialmente durante el gobierno de Alfredo Stroessner. 

El 17 de noviembre de 1963, autoridades y comerciantes se aventuraron a tomar el hostil Chaco para llegar hasta el Palacio de López junto al dictador y solicitarle caminos por el Chaco. Antonio Maldonado, fotógrafo de la época, recuerda que Stroessner les dijo que “su gobierno ya tiene trazado su plan vial para los próximos 10 años y que si tenemos paciencia en ese lapso se considerará el pedido”. 

El Gobierno cumplió con su promesa, ya que después de 10 años abrió la ruta Pozo Colorado-Concepción. En la década de los 80, el Gobierno construyó el puente sobre el río Paraguay, pero no asfaltó la ruta, es así que los concepcioneros quedaron con el estigma de una ciudad con puente, pero sin ruta.

UH (Por Justiniano Riveros)

sábado, 26 de diciembre de 2015

El negocio de la venta de yuyos

Tras la resaca por la noche buena, es de vital importancia la venta de los famosos "remedios yuyos" para acompañar al tereré navideño. Cristino Domínguez se dedica hace 4 años en este negocio en Horqueta, y nos cuenta su historia.

 


HORQUETA. Cristino tiene 34 años y vive en la localidad de Espajín, sobre la ruta V, "Gral. Bernardino Caballero", prácticamente en las afueras de esta ciudad. En este día de Navidad, Domínguez llegó a su puesto habitual bien temprano para ofrecer su refrescantes productos. A partir de las 09:30 horas empezaron a llegar los clientes de Cristino, ya sea en autos, motos, bicicletas para solicitar los famosos "pojha naña".

Según Cristino, vende los remedios naturales obteniendo buenos ingresos económicos. Señaló que tiene una chacra, pero debido a que los cultivos ya no son lucrativos, decidió dedicarse a este negocio, en el que le va bien desde hace cuatro años. 

Para el efecto, empezó a producir él mismo los remedios refrescantes para después venderlos al público. Recordó que desde el 2011 que en las primeras horas de la mañana se ubica en la esquina de la calle Hermano Marista, José Luis Arbues y la ruta V, en el segundo cruce de entrada a esta ciudad para ofrecer sus productos.

El trabajador dijo que en su pequeña finca produce los pojha ñaná y que semanalmente obtiene una suma considerable que le ayuda a mantener a su familia. 

Manifestó que ofrece yerba de lucero, uña de gato,burrito, kapi'i cedrón, menta'i y todo tipo de raíces, ere erea. Igualmente, manifestó que recorre las campiñas y adquiere en zona aledañas a la ciudad, en donde también ofrece sus remedios refrescantes.

Después de los días festivos, el consumo del famoso "tereré" es fundamental para recuperarse de la famosa resaca. En Horqueta, Cristino Domínguez se encarga de proveer del insumo fundamental que hace del tereré un "jerador" único para quienes tuvieron una noche un poco pasada de copas.

ABC

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Teléfonos: 595(331)242383 / 242750 / 242600

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HOTEL CONCEPCION
Don Bosco c/ Prof. Cabral
Tel. 595 0331 242360

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Sobre Ruta V Km. 1 y ½
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